Saber callar. Qué virtud escasa. Elegir cerrar la boca para perder y abrirla solo para ganar. Una eternidad de evolución nos falta todavía para llegar hasta ahí. Las pequeñas y grandes guerras -todas ellas inútiles- que nos hubiéramos ahorrado…
Hoy es ciertamente es todo lo contrario: vivir como esclavos constantes de las palabras, pasarse la vida negándolas, acomodándolas, matizándolas para lamentar después que todo se hubiera podido evitar asumiéndonos como dueños y soberanos de nuestro silencio.
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Luis Diaz Foto:AFP
‘No tengo nada que decir’
El episodio de Luis Díaz y su ausencia en el funeral de su compañero Diogo Jota es una tremenda lección que, tristemente, pocos quieren aprender.
Y no es tan difícil. Ante la repercusión del hecho en las redes sociales, masivamente los analistas que se ocuparon del asunto empezaron sus discursos diciendo: no sé por qué no viajó, no conozco sus compromisos comerciales, no tengo información de sus conexione aéreas, no sé. ¡Qué oportunidad maravillosa para parar el tren, matar el ego y decir a voz en cuello: ‘no tengo nada que decir’! ¿Por qué ahora ese sagrado derecho al silencio parece casi un delito?
El jugador falleció en un grave accidente de tránsito junto a su hermano. Foto:Instagram @diogoj_18/
En vez de eso damos la bienvenida a los analistas del duelo, a los expertos en reacciones humanas ante las pérdidas, a las autoridades en respuestas correctas e incorrectas en el ámbito laboral cuando sobreviene una tragedia. A nadie parece importarle que en esa frenética carrera de parecer que se sabe de todo, pasa como un detalle intrascendente la aceptación inicial de la falta de información. Hay quienes sin medir sus límites hasta fabrican historias, obviamente incomprobables, sobre el apocalíptico final de una carrera por salir en un estúpido video de un influenciador, cuando saben, a ciencia cierta, que en el negocio del fútbol plata mata sentimiento.
Y la culpa es de todos. De ustedes y su absurda necesidad de encontrar un validador de sus opiniones para alardear en las redes sociales de su superioridad moral; de todos nosotros, de este lado, por correr a llenarnos de boca de ignorancia, esa que lo único que produce son injusticias contra los que un par de días antes hemos graduado de ídolos. Podríamos parar de una buena vez y solo aceptar que no sabemos, no podemos probarlo y, al final, no nos incumbe. Pero elegimos el juicio fácil antes que la voracidad del anonimato.
La dictadura del dolor
En un escenario en el que a nadie le duele la pena inimaginable de una madre que perdió a sus dos niños en un instante fatal o el de una joven que va a criar sola a sus tres bebés, ahora pretenden que los que hablan del juego se vuelvan fiscales del dolor ajeno, medidores de lo que Díaz (o ahora a Szoboszlai) pueden sentir por la muerte de un amigo. Es escalofriante tal nivel de mezquindad. Es descorazonador mirarnos todos bajo este circo.
Luis Díaz Foto:EFE
Sea esta una oportunidad para reivindicar la práctica más sana, empática y respetuosa en un momento de tan intenso dolor: guardar silencio. Basta de proyectar en el privilegiado mi frustración, de hacer de una tragedia una caricatura de mis miserias, de atribuirme el derecho de juzgar lo que desconozco. Se llama respeto. Y lo único que se requiere es elegir cerrar la boca.
Jenny Gámez
Editora de Futbolred
@JennyGamezA